De mis duelos y pérdidas

 



Por Alejandra Zúñiga Reyes

A veces me parece, que entré en un largo y prolongado declive. ¿Cuándo terminará?...

Algunos días después, Hormiga me dio un par de noticias, vía telefónica. La primera, que había una nueva pareja que la estaba galanteando y con la que pensaba vivir. Eso me tomó un poco de sorpresa, pero ya no era asunto mío.

La segunda noticia sí. Su familia y su nueva pareja, ya no querían que viera a mi hija. Que ellos le iban a dar todo lo que necesitaba e iba a estar bien. Que no querían ninguna aportación de mi parte.

Eso me dolió mucho, pero estando desempleada y sin casa, no tenía mucho que ofrecerle a mi hija. Le dije que no estaba de acuerdo, que aceptaba bajo protesta y con la condición de que me permitiera despedirme de mi hija.

Mi hija, tenía poco más de un año, cuando me despedí de ella, sin saber, si volvería a verla otra vez. Si yo hubiera tenido trabajo y una buena posición hubiera peleado por mi hija, pero bajo las condiciones en las que estaba, no podía hacer mucho. La extrañaría mucho a lo largo de los siguientes meses.

Anxélica y Shantall, trataron de hacerme sentir bien y bienvenida en su casa, pero yo estaba muy triste y en un duelo enfrascado, no podía permitirme derrumbarme, como tal vez hubiera sido necesario. Pasaba largos tiempos evadiéndome en juegos de video o simplemente dormida.

Seguí buscando trabajo. Lo cual no resultó sencillo. Cuando abría yo el hecho de que era transgénero, la posibilidad de ser contratada se venía abajo. Probé de ambas formas, decirlo, al principio, o hablarlo hasta que lo notarán. Los resultados fueron los mismos.

En una escuela, me dijeron. “Lo entendemos, pero posiblemente los padres de los alumnos, no lo entenderían, y nos resulta más sencillo no contratarte”. Esto cuando yo ya daba por hecho que daría clases de psicología en una preparatoria y estaba tomando un curso de capacitación por parte de la misma institución.

Tuve unas pocas consultantes de psicología, que atendí en un espacio improvisado en casa y pequeñas entradas de dinero ocasionales, pero nada continuo, ni suficientemente redituable.

Me invitaron a dar un taller, en un congreso de criminología y sexualidad en Cholula. Ya antes había participado en Congresos de sexología, como parte de Eon, pero en esta ocasión iba yo sola.

Fue una experiencia agradable e interesante. Sin embargo, por momentos, yo me sentía como si fuera dos personas. Una, la veterana guerrera y profesionista amargada que vivía en su torre de marfil. Y la otra, alguien, más joven, que estaba aprendiendo apenas y que veía la vida con optimismo.

Logré conseguir un trabajo, en telemercadeo. Cuando se dieron cuenta, de mis documentos me “leyeron la cartilla”. Me dijeron que esa era una empresa sería, y en atención a que yo había obtenido altas notas en los exámenes que me hicieron, me permitirían quedarme siempre que yo me comportará a la altura. Supongo que en el pasado tuvieron problemas con gente gay o sólo estaban considerando un estereotipo prejuicioso.

El trabajo no era de mi agrado, pero era un trabajo, había que promocionar tarjeta de crédito. Habré estado, unos quince días, cuando un día recibí una llamada en mi celular, se estaba promoviendo por aquel entonces, las sociedades de convivencia, lo que los medios llamaron, “el matrimonio gay” y me pedían les apoyara.

Como no se permitían recibir llamadas en celular, cosa de lo que hasta ese momento me enteré, me decomisaron mi teléfono, con la indicación de que al final del turno podría recogerlo.

Y para no hacer larga la historia, cuando subí a recogerlo, me vio la esposa del dueño, y puso el grito en el cielo. ¿Cómo era posible que una persona como yo estuviera trabajando ahí?... Perdí ese trabajo, irónicamente por una llamada que tenía que ver con el activismo, y como era en el Estado de México, no quedaba cubierto por la Conapred.

Finalmente, terminé de escribir la tesis de licenciatura y las revisiones pertinentes. Y pude titularme. Yo me sentía con el ánimo por los suelos para el examen profesional, ni siquiera tuve para unos pasadores para mi cabello, Shantall me había peinado con clips.

Sólo Anxélica, Shantall, un amigo, mi padre y mi madre, estuvieron como público en mi examen profesional, a decir verdad, no tenía otras amistades cercanas ya, ni el ánimo de invitarlas. Por lo que tal ceremonia, lejos de representarme alegría u orgullo, me dejó un sabor amargo.

Asistí a algunas sesiones de un seminario, con una célebre feminista, pero aún no estaba del todo recuperada, ni podía costear las copias de las lecturas que se estudiaban. Así que lo dejé.

Empecé a tener algunos acercamientos con el grupo Opción Bi, un grupo de apoyo para personas bisexuales, del que me convertiría en integrante y más tarde, en parte del staff. Trataba de hacer y poner lo mejor de mi parte, pero a decir verdad, seguía estando tronada y extrañaba mucho a mi hija.

Respondiendo a un anuncio en el periódico en que solicitaban “redactora en ciencias ocultas”, me conseguí un trabajo como redactora free lance, para escribir libros por encargo, en una editorial.

No era muy diferente, a hacer ensayos escolares, había que revisar algo de bibliografía o investigar y después generar un documento. Me encargarían varios libros, el primero de ellos sobre astrología y amor. Eso me daría algo de dinerito.

Con Anxélica y Shantall, a veces había tenido que servir como mediadora en sus conflictos amorosos. Ambas son personas muy inteligentes y complejas, pero en algún momento tuve que reconocer que el tipo de relación que tenían y sus conflictos. Excedían mis conocimientos y formaciones profesionales.

Pasaron varias cosas, algunos malos entendidos, e incluso el padre, de Anxélica, que era un hombre mayor, enfermo y casi invidente, intentó cortejarme. La situación ya era de por sí absurda, y eso que el hombre, no sabía que yo era trans, que sorpresa se habría llevado.

Finalmente habrían trascurrido entre uno y dos años cuando, Shantall y Anxélica, hablaron conmigo, sentían que yo estaba estancada y que no conseguía salir de un estado depresivo, que me mantenía pesimista, y que el apoyo que me estaban dando lejos de ayudarme, me estaba estancando más. Por lo que me pidieron que dejará la casa.

De nuevo, dolida, y sintiéndome algo abandonada y traicionada. Busqué un lugar donde vivir, con lo que me pagaron del libro de astrología, puede buscar un espacio y conseguir uno hacía el sur de la ciudad.

De nuevo, tenía un cuarto para vivir, pero a diferencia de la experiencia de hace años, cuando había empezado a vivir como mujer, ahora no tenía el entusiasmo que había tenido por empezar mi nueva vida, ni las amistades de una comunidad gay, ni el apoyo de un grupo de activismo. Ni tenía amistades que me sirvieran como familia. Esta vez estaba sola.

Continuará.

Tomado de: Bio contada a Cindy (Fragmento)

En la foto, Mi padre Rubén, mi madre Victoria, que en paz descanse, mi amiga y hermana Shantall, y yo. Saliendo de mi examen profesional.



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