¿Le compro una muñeca a mi hijo?


 

Por Psic. y Sex. Alejandra Zúñiga R.

Hace algunos años, mientras trabajaba en el Instituto mexicano de sexología, recibí la llamada de una madre preocupada, incluso, angustiada. Tenía un hijo de cuatro años, al que, según me dijo. Le gustaban mucho las muñecas. Siempre que tenía la oportunidad tomaba las muñecas, de sus amiguitas o de sus primas. Esta conducta, al parecer generaba escenas embarazosas en las reuniones familiares. Por más explicaciones que se habían dado al niño, e intentos de disuadir su comportamiento, él seguía con su interés. ¿He pensado en comprarle una muñeca? ¿Estaría bien? Preguntaba la madre. Tengo miedo… será mi hijo homosexual?  Eran algunas preguntas de la madre.

            Hace como un año apliqué para un trabajo. Consistía en dar capacitación en provincia, a maestras de preescolar para que pudieran presentar el examen de ceneval de la licenciatura correspondiente. Aunque aclaré mi condición transgénero desde el principio se me dijo que no había problemas, que yo cubría el perfil. 

            Quince días después de tomar la capacitación se me dijo que sí habría problemas, que las maestras de preescolar, en provincia, no lo entenderían, por lo que no podría ser considerada para el trabajo. En tal capacitación había aprendido que el programa de educación preescolar contemplaba nociones de equidad de género y de derechos humanos para evitar la discriminación, pero las maestras en proceso de obtener su licenciatura no entenderían mi posición, aún con tal capacitación proporcionada por la institución educativa. ¿Qué clase de licenciadas estamos formando?…

El año pasado falleció Diana Martínez, mujer transgénero, ingeniera en sistemas, que alguna vez ocupara una jefatura en Pemex. A raíz de su asumir su condición transgénero de manera pública, fue removida de su puesto y ante la imposibilidad de echarla de la paraestatal, trataron de degradarla subempleándola como secretaria, esperando con ello quebrantar su voluntad. 

No lo lograron. Fue una enfermedad la que cobró su vida. Sin embargo, aunque Diana vivió defendiendo tenazmente su postura y vivencia hasta los últimos días de sus vidas. Sus familiares consideraron a bien enterrarla en una tumba que no lleva su nombre, y niega su elección ante la vida.

            El artículo 3 de la constitución de nuestro país habla de hacer accesible el conocimiento de la ciencia. Desde la década de los 50´s del pasado siglo se ha documentado científicamente la existencia de las personas transgénero.  Los trabajos de Money, Stoller, Ehrhardt, Green, entre otros han sido claves al respecto. ¿Pero cómo hacer que ese conocimiento llegue a la población en general?… Ha resultado también complicado el llevar o “traducir este concepto al ámbito legal”. Pareciera como si Ciencia y Ley fueran dos idiomas o culturas diferentes e incompatibles.

            Los recientes intentos para elaborar una ley de identidad de género, representan una demanda legítima de un grupo de la población, que es discriminado y estigmatizado. Personas, de todas las clases sociales, con variedad de profesiones o empleos, son privadas de empleo, atención médica, afecto de sus seres queridos, y hasta de la propia identidad.

            Con tal discriminación, el país pierde una cantidad extraordinaria de recursos económicos y de potencial humano.

            Por si no fuera suficiente la dificultad de llevar estas situaciones al lenguaje legal, queda aun la dificultad de llevar estás situaciones al lenguaje del corazón. ¿A qué me refiero con esto?… Aunque la ciencia diga, que el transgénero, es una condición humana más, que no hay razón o motivo para asustarse y la ley llegue a respaldar tal conocimiento. Muchas personas siguen asustándose y lo peor es que siguen actuando en consecuencia, cerrando puertas, profiriendo insultos, y humillando si les es posible. 

            Sé que en buena medida esto es producto de la ignorancia. Han sido demasiados los años en que hemos carecido de una educación de la sexualidad sistematizada basada en el conocimiento científico, demasiados los errores y prejuicios que venimos arrastrando. Ante eso, el conocimiento es parte importante de la solución, pero no es suficiente, hace falta corazón y una actitud optimista.

            En mi trabajo como psicóloga, con frecuencia he observado, como muchas dificultades surgen en las relaciones entre personas, cuando se vuelven “extraños”.

Es decir, un día, dos o más personas que se han conocido por mucho tiempo, caen en una rutina, de alguna manera siguen cumpliendo más o menos con sus funciones, pero sin darse cuenta, su vínculo ha cambiado, porque estas personas han cambiado y sin proponérselo se han convertido en extraños. En desconocidos que viven bajo el mismo techo o en desconocidos que pueden compartir lazos de parentesco, pero desconocidos al fin. Se ha perdido algo en esa relación. 

Cuando un padre o una madre desesperada busca mi ayuda, porque su hijo o hija adolescente les desafía constantemente y ya no hayan que hacer ante tal despliegue de irreverencia. “¿Habrá algún lugar dónde le pueda internar?”  Me preguntan. Esperando que estos legendarios internados sean la solución a todo los males de estos hijos e hijas que crecen y se están saliendo de las reglas. 

Y claro que cuando un hijo, que es ya varios centímetro más alto que la madre, con la cara roja de furia, en tono altanero y arrogante le espeta. ¿Y tú quien eres para decirme que hacer con mi vida?… Ahí hará falta recordarle que mientras se es hijo de familia, se goza de facilidades y comodidades que le han permitido crecer y le permitirán convertirse en un adulto responsable e independiente a su tiempo. 

Por ahora Papá y Mamá comparten una responsabilidad con el joven o con la joven y se quiera o no el hijo y la hija son dependientes de la autoridad y las reglas parentales. Reglas y límites claros harán la convivencia más sencilla. Pero algo falta ahí. Se ha perdido el amor o, al menos, se ha perdido alguna versión actualizada del amor, porque las personas cambiamos con el tiempo, con las vivencias, con las experiencias, con las etapas de la vida y es cierto que cuando viajamos juntos, podemos compartir estos cambios y nos vamos ajustando constantemente, pero a veces, se puede viajar más o menos juntos y sin darnos cuenta, las caminos se apartan. Esto no es algo necesariamente negativo. 

Lo lamentable es que en esas separaciones se pierde el lazo del amor. Las persona que se querían, que se amaban, se van distanciando, tanto, a veces, que se convierten en desconocidos, en extraños; y cuando alguien se convierte en extraño, es fácil tenerle miedo, porque al fin y al cabo, vivimos en una cultura donde se nos ha enseñado a temer al diferente, al extraño. En terreno abonado por la ignorancia; se propagan con facilidad el miedo, el odio y los prejuicios.  

Un cartel, en la última marcha de la diversidad sexual, abanderado por un grupo de padres, madres de hijos e hijas gays, lesbianas, bisexuales y transgéneros, rezaba: “fíjate a quien odias, puede ser alguien que amas”.

            Cuando hay amorosidad en nuestras miradas, podemos restablecer los vínculos dañados, reducir el distanciamiento, volvemos a ver como ser humano al extraño.  Podemos encontrar empatía y compasión, la comunicación puede tropezar a veces, pero acaba por darse, por fluir y acercar a las personas. 

            No necesito que el otro piense como yo, ni sea un clon de mi persona, ni necesito cuidarle o protegerle todo el tiempo, porque al fin y el cabo, cada quién recorre su camino, cada quién vive su vida y cada quién, tendrá que asumir la responsabilidad de sus actos, aprender de sus propios errores y nutrirse de la interacción humana.

            Como dije, me queda claro, que el conocimiento combate la ignorancia, que la ciencia contribuye al conocimiento. No me queda claro aún como hacer que tal conocimiento entre en las leyes y en los corazones. Les pido su ayuda para ello…

            No sabemos si un niño al que le gusten las muñecas, se convertirá en un hombre gay, en una mujer transgenérica o meramente en un padre amoroso. Ninguna de las tres cosas es terrible, cuando hay una buena educación, una guía amorosa y mucho respecto. Me pareció que el que un niño tenga su propia muñeca es más adecuado a que tenga que estar tomando muñecas prestadas o incluso llegue a robarlas si se le priva de ellas. 

            Pero mientras no haya cambios en las leyes y en los corazones, es conveniente que por su seguridad ese hijo esconda su amor por la muñequita, que aprenda a expresarlo en secreto, en la clandestinidad, porque esta sociedad puede ser brutal, ofende, destruye y mata. Y a veces, es la misma familia quien lo hace. 

            Deseo sinceramente que ese anónimo niño o ¿niña? Pueda crecer en una familia amorosa y compresiva, en una sociedad respetuosa. Y no batallar el resto de su vida por el derecho a un trabajo, a una identidad, a ser persona. O descansar en una tumba que ni siquiera lleva su nombre. Gracias.

A petición de una amiga, escribí esto en 2007, para ayudar a sensibilizar a los diputados, que aprobaron la primera ley para el cambio de nombre, en la Ciudad de México en 2008. Y sin embargo, me parece que sigue siendo una reflexión vigente.

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