Si me quejo, me corren…

Por Alejandra Zúñiga Reyes

 

“Y tú, ¿cómo reacciones cuando alguien se queja de algo? ¿Te permites hablar y quejarte o te callas porque temes la reacción del otro?”

 

¿Sabes que haces preguntas muy inspiradoras, Bego Gayoso?... Me permiten replantearme mis actitudes y rastrear sus orígenes.

 

Me parece que por regla general, actualmente, evito quejarme y suelo prestar oídos sordos o alejarme de las quejas. Y dicho así, me parece que resulta demasiado simplista y sujeto a malinterpretación, por lo que quisiera contextualizar.

 

Si la queja me atañe, si es de mí de quien se están quejando, escucho con empatía y amabilidad, para deslindar responsabilidades, y si me corresponde. Me disculpo y busco resolver y solucionar.

 

Sí se están quejando de alguien más, pues dependerá de la situación y de que tan cercana me sea la persona. Hace poco, un compañero de ventas se enfadó con mi hermana, porque se acercó a un indigente que no traía cubrebocas. “¡Pero como se le ocurre a Cindy, acercarse así y hablar con él, es un peligro”! Me vociferó. Yo le respondí, “Pues díselo a ella, ¿Por qué me reclamas a mí?...”

 

Acostumbro a poner límites, y por lo general, no dejó que nadie me grite, sobre todo si las quejas no tienen que ver conmigo. A veces pienso entonces, “No voy a dejar que vengas a tirarme a mí tu basura”.

 

Por otra parte, mi hermana Cindy se queja con frecuencia de temas específicos. Por ejemplo, los bolardos que han proliferado como hongos en Zapopan, la ciudad en la que vivimos. Cuando vamos en auto los domingos hacía nuestro lugar de ventas, mi hermana siempre se enoja cuando los ve por todas partes.

 

“Postecitos idiotas” los llama y se pone a despotricar contra el posible político, a quien no conoce, que posiblemente está haciendo un gran negocio con ello. Le recuerdo entonces la inutilidad de sus quejas, si no va a hacer nada al respecto. Y como cada vez que los ve, se pone de malas y vuelve a resentir el enojo, eso no es una forma linda de empezar el día.

 

Después la dejó en paz, pues caigo en cuenta, que me estoy quejando, de las quejas de mi hermana.

 

Me parece que desde muy joven, empecé a evitar las quejas, y mucho más tarde a ser cuidadosa con mis críticas. Y tener mucho cuidado con mis palabras.

 

Supongo que una influencia importante fue el libro de Dale Carnegie, Cómo ganar amigos e influir en las personas: En sus primeras páginas enseña.

 

“Regla 1: No critique, no condene ni se queje. La crítica es inútil porque pone a la otra persona en la defensiva, y por lo común hace que trate de justificarse. La crítica es peligrosa porque lastima el orgullo, tan precioso de la persona, hiere su sentido de la importancia y despierta su resentimiento.

En lugar de censurar a la gente, tratemos de comprenderla. Tratemos de imaginarnos porque hacen lo que hacen. Eso es mucho más provechoso y más provechoso y más interesante que la crítica. Y de ello surge la simpatía, la tolerancia y la bondad.”

 

 

De otro libro de meditaciones, aprendí: Una palabra brutal: puede herir y hasta destruir la autoestima y la dignidad de una persona…

 

Una palabra amable: puede suavizar las cosas y modificar la actitud de otros…

Una palabra de amor: puede sanar el corazón herido.

 

Más tarde, mi formación como psicóloga clínica en una universidad pública, reforzó mis patrones de escucha y empatía por un lado. A ser cuidadosa con los demás. Pero por el otro lado, fomento una visión y espíritu muy crítico. Mi visión y análisis, se enfocaban en encontrar lo que estaba mal, aquello que requería arreglo tanto en las personas como en las situaciones.

 

Pronto aprendí que ir por el mundo señalando fallas y errores no es la forma más sana y segura de conducirse. Y que no todo mundo estaba interesado o apreciaba lo que tenía que decir, por lo que aprendí a ser más reservada con mis opiniones, y dejarlas para quien me la pidiera. O en aquellas situaciones que fueran realmente relevantes.

 

Me sentó bien aquello que vi en una nota sobre los indígenas de la región de los grandes lagos. “Si lo que tienes que decir no es más valioso que el silencio, conserva el silencio entonces”.

 

Dice un refrán, la rueda que rechina no siempre recibe aceite, a veces la sustituyen. Así es que si mi entorno en turno era poco tolerante. Procuraba ser reservada, mantener un perfil bajo y no hacer olas. Tan solo poniendo límites cuando fuera necesario. 

 

En ese tiempo solía comentar como broma cuando me preguntaban “¿cómo estás?” “No me quejo”, respondía yo, y agregaba como posdata “si me quejo me corren.”

 

Más tarde, con mi incursión en el esoterismo y luego con el Reiki, aprendí la importancia del pensamiento positivo y evitar concentrarme en situaciones negativas.

 

Con frecuencia, las quejas nos mantienen enfocándonos en lo que está mal. Y aquí es muy importante diferenciar, entre quejarse a tiempo, con la persona y la situación indicada para poner límites y cambiar alguna situación que nos daña o violenta. A irse quejando de todo, pero sin pretender hacer algo al respecto.

 

Viene aquí a colación la oración de la serenidad, “Señor, dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, coraje, para cambiar las que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia.”

 

De manera semejante, el Gokai, o mandamientos del Reiki, señala. “Solo por hoy, no te enojes, no te preocupes, agradece, ocúpate de tu labor y sé amable.”

 

Si te quejas, que sea para poner límites o soluciones, eso es ocuparse. En caso contrario, te quejas y no haces nada. Entras en el terreno de la preocupación y las fantasías catastróficas. Eso no ayuda mucho.

 

El agradecer, implica reconocer todo lo bueno en nuestra vida, en el día a día, y aun de aquello que nos resulte dañino o desagradable, agradecer por la lección que implica. Pues son nuestros pensamientos los que crean nuestra realidad. Si mis condiciones de vida son negativas, tengo que revisar que estoy pensando. Qué estoy atrayendo a mi vida.

 

Con la Bioneuroemoción he aprendido que los otros son nuestro espejo. Lo que yo veo en el otro, es solo una proyección de lo que hay mí. Si algo me molesta del otro, me indica que es algo que está en mí y tengo que trabajarlo.

 

Quejarme del otro, entonces, es quejarse de algún aspecto de mi persona. Trato de revisarme entonces y ver que puedo cambiar en mí.

 

Así es que más que quejarme, prefiero ocuparme si es el caso. Procuro ser amable, diplomática y empática. Concentrarme en los aspectos luminosos antes que en los oscuros.

 

 Evito hacer críticas, si me es posible. Aunque hacer una crítica implica hacer un análisis detallado tanto de los aspectos positivos como los negativos de una situación, para expresar un juicio balanceado.

 

Tendemos a asociar la palabra crítica con los aspectos negativos. Y descubrí que como crítica aun con buena intención y tratando de ser propositiva puedo ser feroz y muy desagradable. Aun sin proponérmelo. 

 

Y a últimas fechas las enseñanzas budistas me alientan a no hacer juicios. Y toda crítica es un juicio y una valoración.

 

Intento ser calurosa en la aprobación y generosa en el elogio. Decía Dale Carnegie, solo hay un medio para conseguir que alguien haga algo, y es que quiera hacerlo. Eso se consigue más con elogios honesto que con críticas. Enfocándose más en lo positivo que en lo negativo y los reclamos y quejas que conllevan.

 

Alguna vez, cuando trabajaba yo en una pizzería, le cuestioné a mi jefe, un hombre muy joven. “Quieres que tratemos al cliente con mucha amabilidad y respecto. Pero tú tratas a tus empleados con la punta del pie, les gritas, los regañas y los violentas.

 

 

¿Quieres que te hagan caso y hagan como tú dices? o ¿prefieres regañarlos? No puedes hacer las dos cosas al mismo tiempo” No pasó mucho para que dejara yo de trabajar ahí.

 

Y por último. ¿Con quién te quejas cuando tu vida anda mal y nada de lo que haces para cambiarla parece funcionar?... ¿Sirve de algo quejarse entonces?... Si buscamos culpables o responsabilizar a algo o alguien más nos convertimos en víctimas. (Suspiro)

 

Me parece que quejarse no sirve de mucho entonces, como dije, hace que me enfoque más en lo negativo, en todo lo malo. Evito entonces quejarme y asumo la responsabilidad por todo la que la vida me ofrece, intento reconocer y valorar lo positivo. Guardo la esperanza de que así pueda en algún momento, conseguir un cambio más favorable en mi vida.

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