Viernes 18 de marzo 2005



Crónica de una semana desesperada. parte 5 de 7. 

Por Alejandra Zúñiga. 

Me despierto de madrugada. Consulto el reloj. ¡Las tres!… Me siento un poco congestionada del estómago, eso fue lo que me despertó. Por un momento pienso en levantarme y ponerme a hacer algo para consumir el exceso de energía. ¿Pero qué?… Descarto la idea trato de dormir sin conseguirlo. Con incomodidad me levanto para ir al baño, después enciendo un poco de incienso y pongo música para relajarme. Consigo dormir…

 

Me despierto alrededor de las diez de la mañana. Necesito mantenerme ocupada. El internet abre hasta las doce. Podría lavar, pero no tengo muchas ganas, lavaré mañana. Decido ir al autoservicio a comprar algunas cosas para comer y… necesito comprarle algo de ropa interior al difunto, bueno, creo que ya no puedo seguir considerándolo difunto, digamos, al “muchacho”. La idea me incomoda, por un momento pienso en acudir a un centro comercial que está a media hora de casa, en lugar de los que me quedan a diez minutos.

 

Creo que me avergüenza la idea de que me vean comprando ropa de hombre. Pero ir hasta allá me supone demasiado esfuerzo, lo descarto, opto por el centro al que acudo menos. En el camino empiezo a divagar. Mientras me evado de los hechos tengo un ánimo maravilloso, tan pronto como empiezo a considerar las opciones y la toma de decisiones, mi panorama se nubla y los sentimientos e ideas pesimistas me desbordan.

 

Me queda claro que soy yo misma, quien pide mi sangre, quien desea segar mi vida para evitarse, en apariencia, cosas más dolorosas que la muerte. ¿Cómo un último acto de dignidad o quizás como resentimiento, como la única respuesta que puedo dar por las injusticias recibidas?… Sacudo la cabeza. Es lo malo de quedar atrapada en los propios guiones, se acaba una volviendo poco flexible.

 

¿Cómo puedo romper mi propia programación? ¿Cómo puedo volver a empezar “desde abajo” sin que me importe o me duela? De alguna manera intuyo que tengo que “desarmar” mis propios guiones y no pueda quitarme la idea de que estoy siento una traidora conmigo misma. Como el hecho de elaborar está crónica que me ha permitido comunicarme con ustedes, evadiendo mis autocensuras y mis autoreproches.

 

Considero la posibilidad de pedirle asilo a Gilda o por lo menos que me permita almacenar mis cosas, por tres meses. Considero que si en tres meses no puedo “levantarme”, no tendrá mucho caso que me quede en la ciudad. Pero el tan solo pensar en pedírselo me llena de vergüenza…

 

 

Llego al autoservicio. Compro sobres para agua fresca, una caja de galletas, una bolsa de leche en polvo y algunas golosinas… Dudo, nuevamente en comprarle ropa al muchacho. ¡No quiero!… Debato conmigo misma y me recriminó. “No seas tan mezquina, cómprale algo… A la mejor va a ser él quién va acabar manteniéndonos… E indepedientemente de que se vaya a trabajar o no, acordamos que le daríamos sus “espacios”. Anda cómprale algo”.

 

Suspiro aún incómoda mientras me dirijo al departamento de caballeros, aún incómoda reviso los paquetes. Una trusa, una camiseta y unos calcetines; que se conforme por ahora, no hay para más. Sí, sé que le hacen falta zapatos, pero ya veremos más adelante dónde se los conseguimos.

 

Me dirijo a la caja, mientras pienso en la ironía. Alejandro se iba a tiendas muy lejanas para sentirse menos avergonzado por comprar ropa interior de mujer. Ahora yo me siento avergonzada por comprar ropa interior de hombre, creo que hemos cerrado el círculo.

 

 

Paso al internet. Nada para el difun… digo, para el muchacho. No hay nuevas ofertas de trabajo. ¡Hey!, hay respuesta de Miriam y de Ericka. Emocionada abro el correo de Miriam, leo y por momentos se me humedecen los ojos, pero me contengo, creo que no soy muy buena para llorar en sitios públicos.

 

Sus palabras me reconfortan y me dan ideas, como el promocionarme...Copio su correo, lo contestaré en casa, así gasto menos en el internet. Abro el correo de Ericka y está vez me cuesta más trabajo contener las lágrimas, ha escrito un correo maravilloso, insiste en llamarme “maestra”, sus palabras agitan mi corazón con sentimientos encontrados. Además le ha gustado el adelanto de mi novela que le he enviado, eso me gusta. Copio también su correo.

 

Nada de Natalia todavía. Mmmm. Regreso a casa. Leo varias veces los correos de Miriam y Ericka, estoy contenta de que me hayan contestado, me pongo a escribir mientras como algunas galletas y nueces surtidas. Al terminar de escribir, decido prepararme algo más formal para comer, en lugar de estar picando. Abro una cajita de frijoles refritos y tosto las tortillas que quedaron. Creo que no es exactamente lo que apetece mi estómago, pero también él tendrá que avenirse.

 

Me pongo a leer un rato, un cuento de feminización forzada. “The Importance of Being Juliette” Es una historia que ocurre en una escuela inglesa en la época isabelina, tres chicos son obligados a vestir como chicas por su maestra de francés para una obra de teatro y accidentalmente acaban en la vecina escuela de chicas… Terminó un capítulo y con un suspiro me pongo a escribir un correo para Gilda, para conocer su disposición a mi petición…

 

Es tarde ya, apenas me dará tiempo de pasar al internet antes de irme a mi terapia y vaya que me hace falta. Le mando respuesta a Miriam y a Ericka, les incluyo la crónica del día anterior y a Ericka le envió también el siguiente capítulo de mi novela, espero le guste. Con sentimientos encontrados mando el correo para Gilda.

 

Deseo conservar mi casa a toda costa, pero si no puedo hacerlo, quiero saber si cuento con esta opción. Descubro con alegría el correo de Natalia. Con emoción lo leo y me siento un poco afligida, no pensé que mi crónica le hubiera afectado tanto, quiero contestarle, pero ya es tarde, tengo que ir a mi terapia. Será para después.

 

 

Llego minutos antes a mi cita y recibo la mala noticia, mi terapeuta tuvo un lío con la agenda y al parecer no me esperaba, pero me pide esperar una hora. Bastante frustrada, espero. Aprovecho para redactar un borrador para contestarle a Natalia. Después vuelvo a considerar mis opciones y me pongo pesimista.

 

Ya en terapia, le cuento a Jorge, mi terapeuta, sobre mi terrible semana y el abatimiento que por momento se ha apoderado de mí. Me pide que detalle las situaciones. Lo hago en un tono un tanto embotado, apático. Le cuento del encuentro travesti, de lo grato y de lo ingrato… Anxélica no me habló, ni siquiera me saludo. Eso me pudo mucho, pero de alguna forma lo esperaba... Le hablo de mi fracaso del lunes. Y mis sentimientos pesimistas del martes.

 

Después, no tengo muy en claro cómo se dan las cosas… Jorge me insiste, o al menos así lo siento, en que haga cosas para autoemplearme, si yo no las hago, nadie las va hacer por mí. Yo no me siento con fuerzas, y en ese momento, a una parte de mí, no le importa, le hablo de mis opciones y de las pérdidas que tendré que afrontar, le hablo de mis “juegos de velorio” y de la posibilidad de “dejar de ser”… 

 

Le hablo de la alegría que me produjo mi consulta del miércoles y al hacerlo lloro por un momento… Toca el punto de mi labor como psicóloga, yo le cuento que no me ha ido muy bien al respecto, porque no sé promocionarme entre otras cosas… ya en otra sesión le he hablado de mi aversión a las ventas, y él establece paralelismos… concluye que una parte de mí no me está aceptando al grado que evito todo contacto humano, como lo supondría la actividad de las ventas…

 

Me siento confundida… incapaz de pronunciar palabra, estoy mirando el piso, y el silencio se hace… no me puedo mover… me siento… ¿enojada? No sé, creo que sí. Trato de moverme, hablar o abandonar el sentimiento de enojo, no puedo, permanezco en silencio, por un momento, un sentimiento diferente parece empujar, un sentimiento ¿de flaqueza?, ¿de docilidad?… Es desplazado. El sentimiento de enojo permanece, me descubro respirando pausadamente mientras alimento el enojo y por un momento me siento oscura, expectante…

 

Jorge me dice, “parece que contactaste algo que no habías tocado” Yo tan solo asiento en silencio. Mis dedos tamborilean rítmicamente, entonces mi respiración se agita, se vuelve entrecortada por momentos con una sensación de miedo, antes de que pueda recuperar el control de mis movimientos… Me siento confundida, Jorge está hablándome, pero siento que no entiendo todo lo que me dice.

Creo que me cuenta una anécdota de algo que le pasó a él, cuando lo corrieron de la universidad o algo así, que estuvo vendiendo perfumes, que se dio cuenta de que era algo más que el título o la profesión. Eso me hace sacudirme incómoda, siento que me toca puntos álgidos pero la sesión ha terminado.

 

Jorge pide verme el martes, ofrece no cobrarme esa sesión adicional, yo escucho entre incrédula e incómoda. ¿Es una sesión extra aparte de mi sesión semanal? Cómo psicóloga sé que cuando hay demasiada ansiedad o inquietud son conveniente dos o más sesiones por semana.

 

Me siento incómoda por el hecho, un tanto más por el ofrecimiento que ha hecho de no cobrarme esa sesión extra. Ni siquiera tuve oportunidad de comentarle que tal vez, esta sería mi última sesión, pues no puedo costearlo más, me siento confundida. Una parte de mí se siente indignada, la otra, tiene que reconocer dolorosamente que lo necesito.

 

“Sé que has tocado cosas muy intensas, por eso te pido que vengas el martes”. Me dice. Sin estar convencida del todo, suspiro y asiento en silencio. Jorge se para y me extiende los brazos, yo me resisto, estoy un tanto molesta, la cuestión es que no sé porque estoy molesta.

 

Jorge advierte mi negativa y me invita al abrazo, yo pataleo todavía sentada en mi silla a la que me aferro, no quiero, me niego, mientras sigo pataleando. Jorge vuelve a insistir me toma de las manos. “Tienes que aprender a recibir”. Me dice, “¡ahhhhh!” Me quejo, pero me rindo, correspondo a su abrazo, sé que voy a llorar… y lloró. Recibo la calidez de su abrazo mientras sigo llorando. “No sé si voy a poder”. Le digo en un murmullo. “Si vas a poder, vas a ver como si vas a poder”. Me dice y agrega “Entonces te espero el martes”… 

 

Yo anotó en mi agenda, me siento confundida. Me despido. “¡Pinche Jorge!” le digo con voz plañidera. El ríe. Salgo de ahí.  Aún me siento confundida. Mi cuerpo tiembla como si tuviera escalofríos, mientras mantengo mis brazos pegados al cuerpo, siento que no entiendo del todo que pasó, no sé aún porque me sentía enojada.

 

De mis opciones, aún no he resuelto nada y la semana ha concluido, al menos los días hábiles. ¿Me pregunto si estoy en condiciones de tomar decisiones?… Por la sesión de terapia extra ofrecida… Creo que no.

 

Paso de nuevo al Internet, es tarde, pero quiero contestarle a Natalia. Después me compro una rica hamburguesa “super” con papas y todo, en la esquina de mi casa. Sé que es un lujo, pero creo que me lo he ganado, al menos por esta noche. Llego a casa y disfruto tanto mi hamburguesa que me siento tentada a comprar otra, pero sé que no es mi hambre, si no mis confusas emociones las que requieren de apapacho y consuelo, sabiéndolo desisto.

 

Me pongo a escribir la crónica y me temo que salió un relato muy grande. La próxima semana es semana santa, por un lado es una semana muerta para encontrar trabajo, por otro lado, el lunes comienza la primavera, en teoría nos trae nueva energía y nueva vida, espero que sea así. Pero antes, me quedan sábado y domingo son días muertos para buscar trabajo, pero son parte de mi semana desesperada, les contaré lo que ocurra o piense en ellos, sobre todo si llego a tomar alguna decisión.

 

Creo que ya he abusado demasiado de su paciencia, el domingo será el fin de esta crónica. Muchas Gracias, por haberme leído y acompañado. ¡Gracias!…

Como imágenes dulces, un par más de reconocimientos, el tiempo en que me formé en el Imesex. Hace tiempo que dejé de preguntarme. ¿Sirven de algo los reconocimientos?... 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Feminización Forzada, Emperatriz Sissi y Petticoat Discipline

DIVAGACIONES SOBRE LA FEMINIZACIÓN FORZADA.

Los inicios de mi feminización forzada