La casa de Linda.


Por Alejandra Zúñiga R.

Linda tendría unos 20 años, cuando fui a vivir a su casa. Era una trans, alta, bonita y exuberante, como ella solía describirse. Se había empezado a hormonar joven por lo que poseía una buena apariencia femenina. Por su tamaño, podía parecer más grande de edad.

 

En sus años de adolescente, según me contó alguna vez, todavía como hombre hacía imitaciones de Juan Gabriel. Vivía ya tiempo completo como chica y se dedicaba al trabajo sexual. Tenía un carácter alegre, y como parte de su trabajo, daba la imagen de ser una niña bien, o chica de clase acomodada, papel en el que era muy buena.

 

A pesar de ser una chica inteligente, en muchos aspectos era muy básica, pues no tenía, gran escolaridad, ni cultura general. La vez que me tocó verla, en un evento entre activistas, me dio pena ajena, pues no sabía ni de lo que estaba hablando. Pero tenía me parece, un corazón generoso y era básicamente una buena persona.

 

Algo que siempre le respeté, fue que ella se mantenía por sus propios medios. Estaba pagando y arreglando el departamento en que vivíamos. Por su trabajo tenía rutinas, a veces poco comunes, pero a ella parecían funcionarle bastante bien. Eso era algo que me admiraba.

 

Linda parecía moverse en su propio mundo con reglas diferentes al resto del común de la gente, y su mundo le funcionaba. Yo podía tener muchos conocimientos, tenía una licenciatura y una maestría, y mis experiencias de vida, entre las que incluía mi experiencia como ex activista y sin embargo, al parecer, no conseguía hacer que mi vida funcionará bien.

 

Así es que paradójicamente, me convertí en trabajadora doméstica o sirvienta, de una trabajadora sexual.

 

Es mucho lo que podría contar de Linda y de las experiencias que tuve en el tiempo en que viví en su casa, pero de nuevo trataré de simplificar y ser sintética.

 

Cuando me tocó ordenar su casa batallé un poco al principio. Linda era exageradamente desordenada y descuidada. Con su ropa y zapatos, de los cuales tenía numerosos pares.

 

Tenía también una perra labrador, de unos tres meses, que para entonces ya tenía un tamaño considerable, y el animalito estaba confinado a la pequeña zotehuela. Entre mis primeras labores, me tocó limpiar la suciedad acumulada del animalito. Me tomó algunas semanas convencer a Linda, de que era una crueldad tener un perro tan grande en un espacio tan pequeño, pero lo conseguí y le consiguió entonces un nuevo hogar.

 

Con el tiempo nos fuimos adaptando la una a la otra. Pues por momentos convivir con ella no era sencillo. Linda trabajaba de noche, por lo que dormía por las mañanas y se levantaba para hacer su día ya en la tarde. Yo hacía mis labores por las mañanas y parte de la tarde sin hacer mucho ruido. Y podía disponer entonces de mis tardes y noches, entonces.

 

Por la noche, Linda ponía música a todo volumen, mientras se maquillaba y preparaba para irse a trabajar. Y cuando llegaba por la mañanas, a veces llevaba compañía masculina, aunque eso era más por su placer que por su trabajo. A sus clientes procuraba verlos, en un hotel.

 

A veces se inventaba historias para justificar mi presencia en su casa antes sus amistades y visitas y les contaba que yo era su nana, hazme el favor. Además de poder dormir en su casa, Linda me pagaba $50 por día, lo que me permitía un pequeño margen de movimiento.

 

Por fortuna su departamento estaba céntrico y cerca de la zona rosa, a la que podía llegar caminando. El centro de la Diversidad Sexual de la Calle de Colima, no me quedaba muy lejos.

 

Seguí buscando trabajo, y todas las semanas revisaba algunas bolsas de trabajo, en un ciber público. De ese tiempo, sólo tres intentos, fueron importantes. Uno, en una compañía de seguros, de la que nunca me llamaron. Otro, de una escuela, donde daban cursos para que las maestras de preescolar pudieran certificarse con una licenciatura.

 

La misma historia, Llevaba algunos días en capacitación cuando me dijeron, que no podía continuar. Y un trabajo de captura, que no me resultó rentable por no tener la velocidad de captura necesaria.

 

Unas amistades egresadas del Imesex había puesto su propio Instituto de sexología, donde daban cursos. Conseguí que me dieran beca al 100% para estudiar un diplomado en terapia familiar sistémica.

 

Por ese tiempo, también tuve mis primeros acercamientos a un grupo de BDSM que se reunía en el Centro de la Diversidad Sexual, de la calle de Colima. Y tuve oportunidad de tomar algunas clases de teatro que ofrecían en el mismo lugar.

 

¡Ah!, y también continué con mi terapia psicológica con Amparo, pues su consultorio me quedaba muy cerca. Algunas de las cosas que trabajé en terapia con Amparo fue a resignarme. Yo me quejaba mucho por no tener trabajo y le decía, que me dolía llegar a la conclusión de que en esta sociedad, quizás a lo más que podía aspirar sería a un trabajo como secretaria.

 

Ella me hacía ver, que podía ser terrible, pero esa había sido mi elección. Yo había elegido vivir con mi transgénero y expresarlo, y eso tenías costos y consecuencias sociales. Me ayudó mucho, también en mi convivencia con Linda.

 

En una ocasión, por jugar, Linda me escondió mi teléfono. Y cuando le pregunté si lo tenía lo negó, y yo me enojé tanto. Una de las cosas que me molestan mucho, es que me mientan. Amparo, me hizo a ver, que no era para tanto, que me estaba tomando algunas cosas demasiado en serio.

 

Me instó a aprovechar la ventajas que de momento la permanencia en casa de Linda me ofrecía y en lugar de lamentarme y quejarme, que aprovechara y mirará hacia adelante. También trabajé el tema de mi hija. Y con el tiempo, Amparo me ofreció su consultorio para que yo pudiera atender a algunos consultantes que me lo solicitaban.

 

Alguna vez, también consideré la posibilidad de dedicarme al trabajo sexual… pero creo que mi sentido común me hizo ver, que ya estaba muy vieja para ello. Tenía yo entonces poco más de 40 años, y ciertamente, a diferencia de Linda, mi apetito sexual, no era muy grande.

 

Si la opción se me hubiera presentado veinte años atrás, posiblemente mi historia hubiera sido otra, pero para bien o para mal, la opción del trabajo sexual, llegó tarde en mi vida, y no fue opción.

 

Sé que a veces en las historias de feminización forzada, el ser sirvienta o maid, puede parecer algo muy glamoroso, pero cuando lo haces en la vida real, y es tu única opción laboral, no tiene nada de glamoroso. Me parece que no soy muy buena ama de casa, pero aprendí un poco y esas experiencias me permitieron practicar esas habilidades.

 

En el departamento que estaba en un tercer piso, tenía escases de agua, y a veces había que subir agua, desde la planta baja con cubetas. La convivencia con algunos de los vecinos, adictos, tampoco era sencilla.

 

En una ocasión uno de los visitantes, de Linda se puso violento y trató de agredirla. Linda gritó por ayuda, yo acudí y también salí algo golpeada. Pero pudimos tranquilizar al hombre.

 

Un par de veces me tocó darle contención a Linda. Una mañana de domingo, mi día de descanso, Linda me despertó, la escuché llorando, gritando y haciendo algunos destrozos. Se insultaba ella misma.

 

Cuando le abrí la puerta del cuarto donde dormía, ella permitió que la abrazara, y me decía, que porque los hombres, la buscaban solamente para coger. Yo entendí la pregunta, pero para hacerla reflexionar le dije:

 

“Linda, eres trabajadora sexual, por supuesto que los hombres te van a buscar para coger. (Sabía que eso es algo que estaba bien en su trabajo, pero no algo que quisiera todo el tiempo) Es como si yo me pusiera a llorar por que la gente me busca sólo para contarme sus problemas. Soy psicóloga, Linda…”

 

Creo que en mi estancia con Linda, aprendí a ser más tolerante, más humana y un poco menos orgullosa. Y a Linda también le tocó, consolarme en un par de ocasiones.

 

En algún momento, Linda sugirió la idea de que tuviéramos sexo, cosa a lo que yo me opuse, no porque me importara mucho, pero consideraba que mi posición como su empleada me ponía en una situación vulnerable.

 

Si nos hubiéramos involucrado en otro tipo de relación yo sentía que si en algún momento discutíamos, ella podía tomarlo de pretexto para echarme de su casa.

 

En ese tiempo, pude reanudar mi amistad con Shantall y volverla a frecuentar.  Con su pareja, Anxélica, o Claudio, su nombre masculino; no fue tan fácil. Se había dado cierto distanciamiento conmigo. Claudio, seguía en el activismo, yo ya no. Tenía yo más intereses en común con Shantall con la que compartía una vena espiritual. Mi amistad con Claudio, no volvió a tener la cercanía que habíamos tenido durante el tiempo de Eon.

 

Después de casi año y medio en casa de linda, me aceptaron en un trabajo al que había acudido a entrevista a principios de ese año. Yo estaba muy contenta, era un trabajo como psicóloga en línea telefónica. La paga era buena, aunque pasarían algunos meses más para que pudiera empezar a trabajar y un par de meses más para que me dieran mis primeros pagos.

 

A mediados del 2007, le di las gracias a Linda, por haberme permitido vivir en su casa. Y pude volver a rentar un cuarto en Coyoacán.  Parecía que en la nueva etapa de mi vida que recién comenzaba, algunas cosas iban a mejorar.

Continuará.

Tomado de: Bio contada a Cindy (Fragmento)

En la foto, mi grupo de formación en terapia sistémica, cuando “El Saber, Instituto”, se encontraba en la calle de Monterrey en la colonia Roma, de la Ciudad de México. En otra ocasión, dedicaré una nota a esta institución educativa, quienes la formaron y como sus enseñanzas me cambiaron la vida.

Comentarios

  1. Muchas gracias, admiro tú trabajo y me agrada leerte. Gracias maestra!!

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    1. Muchas gracias. Me da gusto saber que alguien me lee y lo disfruta. Eso me ayuda a seguir escribiendo.

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