REIVINDICACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS POR EXPRESIÓN E IDENTIDAD GENÉRICA


 

Escribí el siguiente texto en 2005 en respuesta a una invitación de la CNDH, Comisión Nacional de Derechos Humanos, en el entonces México, D.F. Ese día anuncié mi retiro del activismo.

REIVINDICACION DE LOS DERECHOS HUMANOS POR EXPRESION E IDENTIDAD GENERICA
Por. Psic. y Sex. Alejandra Zúñiga.

Saludos y agradecimientos.

Hubiera querido presentar una bella ponencia desde la oratoria y la retórica, pero este día vengo de visceral. No voy a citar a Foucault, ni a Money, ni a Docter, ni les hablaré de complicadas teorías en torno a la identidad y al transgénero como gusto hacerlo. Hoy les hablare desde mi corazón… de mi hígado y demás entrañas…

Me he hecho dos propósitos especiales, uno, no insultar a nadie, porque estoy enojada y dos, no ponerme a llorar, porque estoy muy triste.

Respecto al primero, haré todo lo posible por ser políticamente correcta con la audiencia que amablemente me escucha, respecto al segundo, creo que después de llorar toda la semana pasada, mis ojos estarán lo suficientemente secos para permitirme salir avante.

Dicen que cada quien habla como le va en la feria y hoy quiero comentarles como me ha ido a mí.

Este es mi título de licenciatura. Impreso en papel bancario y no en pergamino, por que yo lo quise así, porque lejos de ser un documento que me permita sentirme orgullosa por haber estudiado, con muchos esfuerzos y sacrificios una carrera universitaria, es un documento que me lastima, un doloroso símbolo de situaciones incomodas que no quiero recordar.

La de la foto soy yo, el nombre que está aquí no es el mío, aunque lo fue, fue el nombre que use por muchos años de mi vida, y aunque considero que la persona que uso este nombre dejo de existir hace mucho tiempo para permitirme ser una persona plena, la que está ahora ante ustedes.

Es el único nombre que la ley y buena parte de la sociedad, me reconocen y consideran como verdadero. Para mí, es el nombre de un muerto, pero para la ley el que existe es el difunto, no yo. Luego entonces mi título en Psicología esta al nombre de un difunto no al mío.

Esta es mi credencial de elector, la actualice el año pasado, aunque la obtuve hace ocho años. La de la foto soy yo y este es mi nombre. Alejandra Zúñiga Reyes, esta soy yo. ¿Cómo la obtuve?…

Larga historia… digamos que me costó dos jugos, dos tortas y la advertencia de que estoy cometiendo un delito que se castiga con tres años de cárcel por proporcionar información “falsa” al IFE.

Entonces, técnicamente, es considerada un documento falso y resulta que yo soy mentirosa, “falsa”, y una delincuente por ser yo y por usar mi nombre, el que para mi es el verdadero, aunque no tenga reconocimiento legal.

Porque para la ley, la transexualidad y el transgénero no existen. Luego entonces yo no existo, existe el nombre de un difunto, pero no yo. Así es que hoy viene a hablar con ustedes una persona que no existe y sin embargo, aquí estoy.

Esto significa que en cualquier momento puedo ser detenida por falsificación de documentos, pero es un documento que me ha abierto muchas puertas y me ha evitado mucha discriminación.

Hace un par de meses me presenté en una escuela preparatoria para cubrir una vacante como profesora. Mi curriculum les pareció bien, la anterior maestra se había ido repentinamente y al día siguiente yo empezaría a trabajar, hablamos de honorarios, de materias, de horarios y de mi compromiso para terminar el curso.

Todo estaba bien, ya me sentía con trabajo después de algunos meses de desempleo. Y entonces sucedió lo que temía, me pidieron mi título y mi cédula profesional. “Permítame un momento”, pidió amable la entrevistadora mientras se ausentaba del cubículo.

Bastó una mirada al monitor de su computadora para constatar que se encontraba ahí el nombre del difunto, no el mío, sobra decir que fui despedida antes de ser contratada y por toda explicación hubo algunas evasiones, demoras y un final, “la plaza ya está ocupada”. No es la primera vez que me pasa algo como esto.

“Nos preocupa lo que puedan pensar los alumnos y lo que dirán los padres de familia. No sabemos cómo manejarlo, por lo que nos resulta más práctico no contratarle”. Fue más o menos lo que me dijeron en otra escuela preparatoria en la que aspiré para la plaza de profesora en psicología.

Lo realmente molesto es que esto no ocurrió en una primera entrevista, sino después de haber sido aceptada por mi currículo, después de tres entrevistas y a mitad de un curso de capacitación, momento hasta el cual se percataron de las diferencias en mis documentos personales.

Sé que mi imagen no es totalmente “pasable”, pero sé que mi estatura y mi complexión me ayudan, creo que de cada diez personas que me encuentre en la calle, sólo dos me “leerán” como una persona transgenérica.

Si mis documentos no evidenciarán mi transgénero, tal vez estaría dando clases de psicología en dicha preparatoria.

Por otra parte, si mi imagen no fuera tan “pasable”, por tener una mayor estatura, una complexión más robusta o rasgos más duros, eso no cambiaría lo que sé o mi capacidad laboral, mi necesidad de trabajar sería la misma, pero mi situación se volvería más compleja aún, con documentos o sin ellos.

Me gusta la docencia y modestamente me considero una buena maestra, pero como persona transgénero, las posibilidades de que pueda llegar a colocarme en una escuela son muy escasas.

Siendo realista, es una opción que no puedo seguir considerando más. La sociedad se ha perdido de una excelente maestra. Mi situación no es la única, son numerosas las compañeras trans, que se ven obligadas día con día a hacer concesiones y pagar un alto precio por existir.

He sabido de profesionistas que al asumir su condición femenina, reciben pagos más bajos a los recibidos en su anterior presentación masculina, sus conocimientos son cuestionados y en ocasiones, tales personas se han visto obligadas a tomar empleos totalmente ajenos a su formación profesional, lo que supone un cambio de oficio las más de las veces mal pagado y desventajoso.

Hay tres nichos laborales donde se suele encasillar a las mujeres transgénero.

El salón de belleza, el show travesti y el trabajo sexual. Me parece bueno que existan estas opciones laborales que tienen su historia y su lugar como conquistas.

Lo que no me parece adecuado es que se restrinjan las posibilidades laborales sólo a ello. ¿Qué hay si en mi caso, como supongo en el de muchas de las presentes, no tenemos vocación o interés por ninguno de estos tres trabajos? ¿Dónde podremos desempeñarnos profesionalmente?

Hoy las personas transgénero enfrentamos una situación similar a la que muchas mujeres enfrentaron al término de la segunda guerra mundial, cuando se lanzaron a trabajar fuera de casa. Hoy las personas transgénero nos vemos obligadas, muchas veces, a trabajar más, recibir menos pago por ello para demostrar que somos iguales.

En México, existe aún un vacío jurídico al respecto. Son contadas con una mano los casos de personas que han logrado un cambio legal, e insuficientes para sentar jurisprudencia. Emprender tal batalla legal implica ser notoria e incómodamente visible cuando lo que se procura es el anonimato.

Dejar de ser percibida como una persona transexual, porque seguirse asumiendo transexual después de una cirugía es dejar la puerta abierta a los prejuicios. Con todo, el estigma no ha sido salvado totalmente.

Existe una fuerte resistencia para extender una acta de nacimiento nueva, hasta ahora, sólo se hace una anotación marginal a modo de fé de erratas, donde se indica que el antes “Fulano” es ahora “Fulana”, lo cual sigue evidenciando su condición con los prejuicios que le acompañan.

En enero del 2004 se hicieron modificaciones a la fracción II del artículo 135 del código civil, en la Ciudad de México, no contemplan a la transexualidad, ni al transgénero como tales, pero la amplitud de los términos “sexo” e “identidad de la persona” puede servir como una rendija en el monolito legal que permita a futuro mejores modificaciones.

Por ahora el proceso de cambio de nombre es lento, al menos dos años, y costoso, unos 70 mil pesos aproximadamente. Además requiere que la persona que solicita tal cambio haya pasado ya por una cirugía de reasignación de órganos sexuales.

Porque lamentablemente, la presencia o ausencia de un pene o una vulva/vagina sigue siendo por antonomasia, el criterio definitorio de que un hombre y una mujer lo son.

Mi vivencia como persona transgenérica me ha enseñado que un hombre es más que un pene y una mujer más que una vulva/vagina, pero tal hecho parece ser totalmente ignorado por el lenguaje y la cultura legal.

Aunque desde la sexología hay pruebas desde hace décadas que documentan la legitimidad de las condiciones transgenéricas, pareciera que se hablará en idiomas diferentes cuya traducción entre la sexología y la legalidad resultase imposible aún.

Pero qué pasa si la persona que solicitase el cambio aún no ha pasado por cirugía, ya sea porque el costo la vuelve inaccesible, o porque cuestiones de salud la hacen inviable. O como en el caso de las personas transgenéricas, que se vuelve innecesaria.

Resulta entonces que si no hay cirugía de por medio no es posible ni siquiera pensar en el cambio legal. Legislaciones más avanzadas como la española ya no requieren de que haya cirugía para cambiar el estatus legal de sexo y género.

Pero vamos a suponer que una persona desee modificar su cuerpo mediante una de estas cirugías. Los Estándares de cuidado para las personas con “desordenes de género” de la Asociación internacional Harry Benjamin de disforia de género, establecen que para tener acceso a estas cirugías, ha de pasarse por lo que se llama prueba de la vida real.

Esto supone que la persona, ha de vivir en todos los aspectos de su vida de acuerdo al género propio por uno o dos años. Si se tratase de mi caso, por ejemplo, esto supone que yo viva en todos los aspectos de mi vida como mujer, lo cual incluye trabajar como mujer, sobre todo si aspiro a ahorrar los 90 o 120 mil pesos que me costaría una cirugía de este tipo.

Pero para trabajar como mujer, necesito documentos que me acrediten como mujer. Aquí se evidencia el círculo, pues sin documentos no hay trabajo, sin trabajo no hay cirugía, sin cirugía no hay documentos y volvemos a empezar.

¿Cómo puedo avalar mi prueba de la vida real, con vías a una cirugía de reasignación, si no se me permite trabajar como la mujer que soy?, y digo soy, porque no es la cirugía o la presencia de una vulva/vagina lo que me define como mujer.

Las personas con necesidades de expresión de género distintas a lo convencional somos indocumentadas en nuestro propio país.

Si algún delito se cometiera en mi contra o sufriera atropello por parte de alguna autoridad, ¿Con qué confianza podría presentarme a hacer una denuncia, para que se me haga justicia o se respeten mis derechos humanos si sé que en vez de ello, puedo terminar detenida?

El día de hoy, al estar aquí con ustedes, me ha costado cien pesos, ¿Pero cómo se preguntarán si se trata de un foro gratuito?

Me refiero a los cien pesos que cuesta actualmente mi jornada laboral de 8:30 de la mañana a 5:30 de la tarde y que el día de hoy no obtendré por estar aquí.

Tengo un modesto trabajo como capturista, no gano mucho, pero por ahora, me permite sobrevivir. Tal vez es lo más a lo que puedo aspirar laboralmente por ahora, y debo estar agradecida por no haber sido discriminada; poder contar tal trabajo que espero no perder después de este foro.

Mis estudios y mi título universitario no importan, para esta sociedad no cuentan. A veces quisiera romper mi título, pero pese a lo desagradables inconvenientes que me recuerda, le tengo demasiado afecto.

Más si he de ser realista, creo que debo olvidarme de ejercer. Mi frustrada carrera como psicóloga, no me es rentable actualmente y me resulta demasiado dolorosa. Creo, que debo guardar mi título en el baúl de los recuerdos…

Hoy dejo de ser psicóloga, creo que es el precio que tengo que pagar por existir. Hoy dejo también de ser activista, tengo más frustraciones de las que puedo manejar por ahora. Y creo que como activista me he ido quedando inactiva.

Sobrevivir, día con día, consume todas mis energías, no me deja para más. Sobrevivir en una sociedad que te niega tu nombre, tu identidad, el derecho a trabajar, el derecho a armonizar tu cuerpo, el derecho a ser querida y querer como miembro de una familia, una pareja o una comunidad me ha agotado.

Los cambios y las mejoras si se dan lo hacen a un ritmo demasiado lento para mi gusto y la vida se me va.

No me entusiasma demasiado la idea de venir dentro de 20 años, desempleada y casi en la indigencia a hablarles de los derechos de las transgenéricas adultas mayores como lo seré entonces y venirles a decir más o menos lo mismo que hoy, como he estado haciendo desde hace nueve años.

Ni siquiera puedo aspirar al suicidio, porque si algún día cediera a la tentación dirán que además de “delincuente” y “mentirosa”, fui una inadaptada que no estaba bien de la cabeza, luego por tanto dirán que hicieron bien en negarme el trabajo y lo seguirán negando a las trans que vengan después de mí.

Estoy cansada, hoy entrego la estafeta a mis compañeras y compañeros transgéneros, transexuales y travestis. Porque si ustedes no elevan sus voces, nadie más lo hará, si ustedes no abogan por sus derechos, nadie les concederá nada. ¿Hasta cuándo tendremos que seguir pidiendo permiso y pagando un alto precio por existir?

Paradójicamente hoy les pido que me olviden, porque tal vez, en el anonimato pueda encontrar una nueva forma de vida, tal vez como secretaria, como personal de limpia, como vendedora ambulante o cualquier otro trabajo que no sea muy notorio.

Tal vez si logro ser lo suficientemente invisible pueda aspirar a un mejor nivel de vida sin dejar de ser la mujer que soy y por lo que he hecho tan costosas renuncias. ¿O tendré que renunciar también a mi condición humana?…

Hoy le pido a la audiencia que medite en esto y en la medida de sus posibilidades hagan conciencia, se informen y traten de cambiar tan lamentables situaciones.

Yo seguiré con mi sobrevivencia lo mejor que pueda, y aunque deje de ser activista sé que mi sola presencia, rompe esquemas, confronta, cuestiona y visibiliza todo lo que soy; así como la ignorancia, los prejuicios y la discriminación que seguiré afrontando.

La exposición de estos hechos me resulta demasiado amarga, me gustaría tener nuevas esperanzas, quisiera creer que ustedes, de alguna manera, pueden dármelas. Creo que entonces mis cien pesos habrán sido bien invertidos…

Mi tiempo se acabó… He cumplido. Gracias.
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Algunas cosas han cambiado y a otras, les falta. Con el esfuerzo de muchas(os) activistas y legisladores(as) Se han podido hacer algunos cambios a la legislación.

Gracias a ello, se puede cambiar ya legalmente el nombre, obtener una nueva acta de nacimiento, y eventualmente obtener modificaciones en el resto de documentación personal.

Como verán en la foto, está mi título original expedido en 2003, nueve años después, en el 2012, al fin pude tener una versión de mi título a mi nombre. Eso resolvió algunos problemas, pero no todos. Y aún faltan más modificaciones en la ley, y cuidar que las ya obtenidas, no se pierdan por discursos de odio que fomentan grupos antiderechos.

Como lo he mencionado, siempre que algo sigue doliendo, hay que seguirlo trabajando. Y cuando leo lo que escribí en 2005 aún me sigue doliendo. Así es que tendré que seguir trabajándolo hasta sanar.

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