Agresión VS violencia. Herramientas psicológicas
Por Alejandra Zúñiga Reyes.
Sé que con frecuencia, mis reflexiones aluden a mis
circunstancias adversas. Y que muchas veces me quedé con un sentimiento de que
estaba “estancada” y mi vida no iba a ningún lado. Por eso a veces, se me
pierden de vista las cosas que he aprendido, “herramientas” y recursos, que me
han ayudado en algún momento en mayor o menor grado.
No siempre aprendidas a través de cursos o formaciones
formales. Me parece que esas herramientas son como pequeñas piezas de un
rompecabezas mayor, y que a veces solas o aisladas parece no ser muy útiles,
pero cuando la imagen se va armado y conjunto con otras piezas pueden resultar
elementos invaluables.
Cuando aún era adolescente y estaba en vocacional, uno de
los libros que mi padre llevo a casa, fue un librito que me gustó mucho y que
me pareció muy esclarecedor sobre varios temas del comportamiento humano. Se
trata de “Cartas sobre la educación de los hijos” del psiquiatra Carlos E.
Biro, maestro, psicoterapeuta y padre de familia.
El libro está formado efectivamente por textos que en su momento
fueron cartas, recomendaciones, sobre distintos aspectos educativos. Es un
librito que puede leerse en una sola sentada, pero me parece; con bastante
sustancia que vale la pena leerse con calma, saborear y reflexionar la
enseñanza. Se los recomiendo ampliamente.
Y con este texto, les iré compartiendo escritos de una
sección que podría llamar herramientas y recursos psicológicos.
Les comparto en esta ocasión una carta llamada.
La buena agresión
“Por quinta vez te
digo que no”, le gritó la mamá a su hijo de 16 años y veinte centímetros más
alto que ella.
Él, con la cara a unos centímetros
de la ella, bufó un par de veces. Su cara estaba roja y tenía las manos
crispadas. En unos segundos pasó la crisis y empezó a relajarse. Entonces pudo
decir:
“Si no fuera porque eres mi mamá, te
hubiera partido el hocico”. Y la mamá simplemente asintió con la cabeza al
tiempo que reanudaba su trabajo.
He aquí un buen ejemplo de salud
mental, por parte de ambos participantes en la escena anterior. Él expresa sus
sentimientos, más no los actúa; ella los acepta, pero obviamente se reserva el
derecho de no aceptar determinada conducta.
El meollo del significado de la
escena está en la definición de agresión y de violencia. Estas dos palabras se
suelen confundir y, sin embargo, tienen significados muy distintos. Ambos vocablos
denotan acciones de lucha.
La primera diferencia
entre ellos está en su propósito: mediante la agresión se busca defender un
derecho, o bien competir y ganar; mediante la violencia se busca lastimar y, si
es posible, destruir. A continuación, la agresión exitosa se suele seguir de
placer (de exultación), mientras que la violencia siempre deja una sensación de
insatisfacción.
Puede ser que lo más
importante sea que la agresión siempre se descarga en quien corresponde,
mientras que muchos actos violentos se ejecutan sobre inocentes. Lo malo de
esto último reside en que la descarga desplazada sobre otro solamente produce
una satisfacción parcial: quedan ganas de hacer más, y así se genera la
compulsión que incita a la repetición.
De aquí surge una idea
popular solamente verdadera en parte: que hay que reprimir toda manifestación,
tanto de agresión como de violencia. Esto es un error educativo: hay que
reprimir la violencia con energía, pero hay que dar salidas socialmente
aceptables a la agresión, para que no se acumule tensión que pueda llevar a
actos de violencia.
El individuo que llega
a la casa y de entrada patea al perro, no es el que se peleó abiertamente con
su jefe sino el que no se atrevió a hacerlo.
Si a mí se me pregunta quién dentro
de un grupo dado tiene más probabilidades de llegar a cometer un asesinato, yo
no busco al más abiertamente agresivo: no, ese hace “corte de caja” diariamente
y nunca acumula suficiente rabia para matar. Busco, en cambio, al más
contenidito: de él sí hay que cuidarse.
La buena agresión protege de la
violencia.
Tomado de: Biro,
Carlos E. (1985) Cartas sobre la educación de los hijos. Editorial Diógenes, S.
A. México. 86 pp.
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