Las divagaciones de Evaith. De víctimas y divas

Por Evaith Horizont

Me parece que a veces, la vida puede tomar la apariencia de un monstruo una especie de enorme perro infernal, que corre tras de ti. Y si te alcanza, te va a morder, y no dejará de hacerlo aún que estés postrada en el piso…

Si sobrevives después de una zarandeada de esas, y una vez que el monstruo se ha apaciguado. Me parece que las respuestas humanas básicas son: Quedarte tirada, o moverte a gatas, apagarte, bajar el ritmo y autocompadecerte, es decir, te vuelves una víctima. O te levantas, te sacudes el polvo, sacas la casta y con orgullo te vuelves una luchadora, alguien ¡extraordinaria!

Si te vuelves víctima, culpas de tu triste suerte a alguien más, sea Dios, la vida, el universo, el destino, la sociedad, tu madre, tu padre o la figura familiar en turno más significativa. Es decir, siempre es alguien más el que te hizo, te lastimó y tú no pudiste hacer nada, ni impedirlo… Maldices y aceptas tu impotencia, mientras te autocompadeces y buscas la ayuda y compasión de los demás. Mientras sigues considerándote víctima, lo serás, estás renunciando a tu poder personal…

O te vuelves alguien extra-ordinaria. Es decir, la gente común, la gente promedio no está teniendo feroces combates con perros infernales. Dicen que lo que no te mata, te hace más fuerte, y eso aplica aquí, te vuelves una persona más fuerte que el promedio. Te vuelves una sobreviviente y eso de alguna forma te coloca por encima del promedio. Es fácil, que eso, se te suba a la cabeza; y entonces, te conviertes en una “diva”. Alguien que destaca en un área o talento, con un orgullo desmedido, y que siente que lo merece todo…

Alguna vez fuiste una persona normal… ¡Naaa! Nunca fuiste una persona normal… Los antiguos decían que hay quien nace con estrella, es decir con toda la buena fortuna del mundo. Y hay quien nace, “estrellado”, pensaríamos, con toda la mala fortuna del mundo. Creo que verlo así es una forma simplista que no se ajusta muy bien a los hechos en la realidad. Pero aun así, esos son extremos. La mayoría, ni nace con estrella, ni nacen estrellados, pensaríamos aquí en el “áureo” camino de en medio, o de la fortuna de la gente común, de la gente promedio.

Cuando naces con alguna diferencia en tu vida, puede ser que esa diferencia, te ponga por encima o por debajo del promedio. Y al principio, siempre es más fácil querer ser como todos que encontrar o hacerse un camino diferente y único a medida.  Y aclaro, que el problema, no es la diferencia, por sí misma, cualquiera que esta sea. Sino el estigma social. Es decir, que una característica sea mal vista y satanizada socialmente.

De mi infancia, recuerdo haber tenido una salud precaria, me afectaban los cambios de clima, y me costaba trabajo respirar, una “especie de asma” le llamaban. Según cuentan tuve un nacimiento difícil, y durante mis primeros años, me negué a hablar, recibí terapia de lenguaje y por fin, empecé a hablar cuando tenía ya cuatro años.

Creo que esas primeras experiencias me dieron un carácter introvertido. Me convertí en una soñadora, refugiada en fantasías, y al mismo tiempo en una pequeña racionalista.

Aunque me sabía niño y fui criada como niño durante mi infancia y juventud, las fantasías de vivirme como niña, me acompañaron desde que tuve conciencia más o menos, como entre los dos y tres años. Eran una parte de mi secreta que nunca compartí con nadie en esos años. Supongo que de alguna manera, siempre me sentí un tanto ajena y fuera de lugar. Como una extranjera, en tierra extraña.

En mi adolescencia, me fui construyendo fantasías con la cuales identificarme y me sirvieran como refugio. Creo que fue la época en la que me refugié en los ideales de caballería, y en lo que llamo el camino del héroe. Me parece que idealice al mundo y lo hice a mis ojos un lugar donde, la verdad, el honor y la justicia. Tenían lugar.

Pero esa visión contrastaba también con lo que veía a mi alrededor, las personas a veces podían ser primitivas, salvajes y brutales. Fue la época en la que nació, lo que llamo, mi “megalomanía”, mi sueño, mi ideal de un mundo mejor. Y en esa primera visión, ingenua debo decirlo, dos grandes problemas asolaban la humanidad, la ignorancia y las emociones, contra la primera, estaba el conocimiento y contra la segunda, la razón…

Hagamos un gran paréntesis… Mi expareja solía bromearme, era una broma compartida. Me decía que yo era una “mini diva de ópera”. Yo lo aceptaba de buen grado. Soñé con hacer cosas grandes, soñé con ser una gran profesionista.

Y sin embargo me consideraba una persona sencilla y libre de soberbia. Lo más cercano a un liderazgo en mi vida, lo obtuve como activista, siendo parte de un grupo de apoyo para personas transgénero, y lo irónico, fue que lo obtuve, cuando ya había renunciado a la idea de protagonizar cualquier liderazgo…  

“Subirme al ladrillo” como yo le llamo, me salió muy caro… Un día, decidí ser fiel conmigo misma, renuncié a la vida que había llevado hasta entonces como varón y abrace mi incipiente vida como mujer. Aunque dejé atrás familia, amistades y el mundo que había conocido.

Empecé con mucho gusto y mucha ilusión mi nueva vida, allá por 1996. Renté un cuartito en la colonia Tlaxpana, al que pronto un grupo de nuevas amigas y yo, le llamamos, la transcueva. En menos de un año, me hice de nuevas amistades, de una pareja, y de un propósito al convertirme en activista por los derechos de las personas trans. Vinieron muchas otras cosas buenas, ponencias, presentaciones, me parece que me convertí en una de las primeras teóricas en transgénero del país.

Mis estudios de psicología en la división de Universidad abierta de la Unam, marchaban bien. Y conseguí una beca en el Instituto Mexicano de Sexología y con ello, mi servicio social y mi formación como sexóloga… Mi vida como activista, me dio muchas cosas buenas… Y un día… todo acabo… todo lo que había conseguido… lo perdí… Me quedé sin amistades… sin pareja… sin casa… sin hija… sin trabajo… sin causa y sin esperanzas…

Había, por fin, después de diez años, conseguido terminar mi licenciatura en psicología, con mención honorífica. Y estaba terminando mi maestría en sexología.

Supe entonces, que el que hubiera terminado la licenciatura y tuviera un título, no me iba a abrir las puertas laborales, ni garantizar una estabilidad económica… Una idea con la que me educaron toda mi vida, de que estudiar me garantizaría un buen futuro, y me pondría el mundo en bandeja de plata, se vino abajo.

Al principio pensé que era sólo por mi transgénero. Ahora me doy cuenta, de que al parecer, de todos modos, era una idea errónea… Creo que en la actualidad el conocimiento está muy sobrevalorado y el trabajo muy devaluado, pero de eso, les platicaré en otro momento… Pensaré mientras tanto, que parte de ser víctima o de ser diva, me he llevado en los últimos años…

Publicado originalmente 25 de marzo del 2015

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